Cómo saber si estás en una relación donde ella dirige todo… y tú solo reaccionas

No siempre empieza así.
Al principio parece equilibrio.
Las decisiones se comparten, las ideas fluyen, todo se siente bien.
Pero, poco a poco, sin darte cuenta, algo cambia.

Ella propone.
Ella decide.
Ella dirige.
Y tú… solo reaccionas.

Cuando una relación se vuelve unilateral, el problema no es solo externo.
Es interno.
Y empieza cuando tú dejas de estar presente como voz, como fuerza, como centro.

Ella propone, tú aceptas (aunque no te convenza)

Los planes se arman en torno a ella.
Lo que comen, lo que ven, a dónde van.
Tú te adaptas.
Te acomodas.
Dices “sí” por costumbre.

Y si alguna vez dices “no”, sientes culpa, incomodidad o distancia emocional como castigo.

Eso no es decisión compartida.
Es una forma suave de dominación.

Tus opiniones ya no cambian nada

Hablas, pero no pesa.
Propones, pero no se toma en cuenta.
Tu punto de vista está… pero no modifica nada.

Y poco a poco, dejas de opinar.
Porque te das cuenta de que todo está decidido antes de que tú digas algo.

Tu presencia parece sumar… pero no ser necesaria

Estás ahí, pero no eres indispensable.
A veces te sientes como acompañante.
Como si fueras parte del decorado, no del centro emocional de la relación.

Y aunque ella no lo diga, tú lo sientes.
Lo percibes en cómo se relaciona contigo.
En cómo toma decisiones sin consultarte.
En cómo cambia planes sin preguntarte.

Reaccionas, pero ya no decides

Ella plantea un cambio.
Tú te ajustas.
Ella propone algo nuevo.
Tú lo aceptas.
Ella te confronta.
Tú justificas.

Tu rol se ha vuelto pasivo.
Y eso agota, incluso si aún no lo has verbalizado.

¿Qué pasa cuando solo reaccionas?

Pierdes poder personal.
Pierdes energía.
Pierdes identidad dentro del vínculo.

Y eso, con el tiempo, no solo te desconecta de ella…
también te desconecta de ti.

Volver a decidir es volver a estar

No se trata de imponer.
Ni de controlar.
Se trata de recuperar tu espacio.
Tu voz.
Tu capacidad de proponer, de marcar límites, de estar presente con fuerza tranquila.

Porque una relación sana no es una coreografía dirigida por una sola persona.
Es una danza donde ambos se mueven, se guían, se escuchan.