A veces parece amor.
A veces parece atención.
Pero en el fondo, se siente como asfixia.
No siempre es fácil notar la diferencia entre una relación conectada y una relación donde uno de los dos ocupa todo el espacio.
Especialmente cuando tú has aprendido a adaptarte.
A ceder.
A quedarte en segundo plano para que todo funcione.
Y lo más delicado es que muchas veces lo haces creyendo que así debe ser.
Que amar es darlo todo, incluso a costa de ti mismo.
Cómo se ve una relación desequilibrada, aunque parezca estable
No hay gritos, pero tampoco hay diálogo real.
No hay peleas, pero sí decisiones unilaterales.
No hay insultos, pero sí actitudes que te anulan poco a poco.
Ella elige.
Ella propone.
Ella decide.
Y tú… simplemente sigues el ritmo.
Tal vez ella no lo hace con mala intención.
Tal vez ni se da cuenta.
Pero si no hay espacio para ti, no hay relación… hay una rutina con dos personas, pero solo una al mando.
¿Qué te hace sospechar que perdiste tu espacio?
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Tus opiniones ya no cambian nada.
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Ella maneja tus tiempos, tus prioridades y hasta tu descanso.
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Te cuesta decir lo que piensas sin sentirte culpable.
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Sientes que te desconectaste de tus pasiones, tus rutinas o tu esencia.
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La relación se ha vuelto tu centro… pero tú no eres el centro de nada.
Estás… pero ausente.
Participas… pero no decides.
Amas… pero desde la entrega, no desde la libertad.
¿Cómo sería una relación sana, entonces?
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Ambos tienen voz y voto.
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Se toman decisiones conjuntas.
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Hay acuerdos, no imposiciones.
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Cada uno conserva sus espacios personales.
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El respeto no depende del estado de ánimo del otro.
Una relación sana no se trata de quién manda más.
Se trata de cómo se respetan mutuamente.
De cuánto espacio real tiene cada uno para ser.
¿Y si ella lleva la batuta sin darte lugar?
No necesitas confrontarla desde el enojo.
Solo necesitas empezar a recuperar tu forma.
Tu palabra.
Tu dirección.
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Retoma cosas que te gustan.
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Habla con claridad cuando algo no te parece.
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Haz propuestas que reflejen tus deseos.
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Recupera el ritmo de tu vida, sin pedir permiso.
Si la relación es sana, ella entenderá.
Y si no lo es, la reacción te lo dejará claro.
No estás para obedecer.
Ni para desaparecerte en nombre del amor.
Estás para compartir, para crecer, para sumar.
Pero también para ser.