—¿Otra vez vas a ponerte así solo porque no estuve de acuerdo contigo? —preguntó él, con tono sereno.
—No es eso. Es que me cuesta entender por qué siempre necesitas cuestionar lo que digo —respondió ella, cruzada de brazos, mirando por encima de su hombro.
Él suspiró. No era la primera vez que tenían esa conversación.
Cada vez que opinaba diferente o tomaba una decisión sin consultarla, ella lo hacía sentir como si hubiera cometido un error.
No directamente, pero lo dejaba ver con sus gestos, su tono y esa manera de mirarlo que decía más que cualquier palabra.
El problema no era la diferencia de opinión… era la actitud
Una mujer puede ser fuerte, segura y tener convicciones firmes.
Eso no es un problema.
El problema comienza cuando esa seguridad se convierte en superioridad.
Cuando cada desacuerdo se vive como una amenaza.
Cuando cada opinión tuya es cuestionada solo por no haber salido de su boca.
Cuando el silencio se vuelve una forma de castigo y no de reflexión.
Él empezó a notarlo más seguido.
Los comentarios pasivo-agresivos.
La forma en que le corregía en público.
Las decisiones que tomaba sin contar con él, pero esperaba que él la incluyera en todo.
No es arrogancia abierta, es superioridad disfrazada de “yo solo digo lo que pienso”
Muchos hombres se quedan en relaciones así porque no saben cómo poner límites sin que parezca que están atacando.
Pero hay una diferencia entre discutir… y posicionarse con calma.
Y eso fue lo que él aprendió a hacer.
Empezó a hablar desde otro lugar.
No desde el reclamo, sino desde la firmeza.
“No estoy de acuerdo con eso, y no necesito justificarlo todo el tiempo.”
“Me gustaría que lo habláramos, pero sin sarcasmo.”
“Si vamos a decidir esto juntos, necesito que también me escuches.”
Al principio, ella no lo tomó bien.
No estaba acostumbrada a que alguien le marcara límites sin alzar la voz.
Pero él no se movió.
No gritó.
No se excusó.
Tampoco se fue.
Solo se mantuvo firme.
Y eso fue más incómodo para ella que cualquier discusión.
La clave no está en corregirla… sino en no traicionarte a ti mismo
Cuando una mujer tiene aires de superioridad, es muy fácil caer en la trampa de intentar ganarle.
Pero ese no es el juego.
El punto no es demostrar que tú también sabes, que tú también puedes o que tú también tienes razón.
El punto es recordar que no necesitas rebajarte para conservar tu lugar.
Y si ella no puede compartir el mismo nivel emocional contigo… tal vez no es el lugar donde debas quedarte
Porque lo que define una relación no es cuántas veces ceden uno por el otro.
Sino cuán fácil es hablar sin sentirse inferior.