Habrá quienes etiqueten tu autenticidad como exageración. Ignóralos.

Ser auténtico es un acto de coraje.
Y como todo lo que no encaja en lo común, tiende a ser malinterpretado.

Cuando no finges, molestas.
No porque hagas daño, sino porque obligas a los demás a cuestionarse lo que ellos han aprendido a ocultar.

La autenticidad no es exageración, es coherencia sin filtros.
Pero a quien está acostumbrado a lo falso, lo honesto le parece demasiado.

Muchos te llamarán intenso, complicado o dramático.
No porque tú lo seas.
Sino porque no saben convivir con personas que se expresan desde lo real.

No estás aquí para entrar en cajas ajenas.
Ni para actuar con manuales que no escribiste.
Tu forma de vivir, sentir y hablar es tuya, y no necesita validación externa.

Quien etiqueta tu autenticidad revela su propio límite emocional.
Te perciben como “demasiado” porque no saben estar con alguien que no se esconde.

Tu forma directa puede incomodar a los que viven de rodeos.
Tu claridad puede molestar a los que evitan respuestas.

Y eso no debe frenarte.
Debe liberarte.
Porque cuanto más auténtico eres, más te filtras.
Y eso, aunque duela al principio, te deja con relaciones más honestas.

No necesitas ser menos para que los demás no se sientan en desventaja.
Tu presencia no es una amenaza, es un recordatorio de lo que otros aún no se permiten.

Ignora a quien te etiqueta sin conocerte.
Y sigue caminando con la certeza de que ser tú vale más que encajar.

La exageración no está en tu verdad.
Está en la reacción de quienes no se han atrevido a encontrar la suya.