Hoy el mundo corre.
Opina sin pensar. Cambia de dirección cada semana.
Lo que ayer era importante, hoy es cuestionado.
Lo que antes era firme, ahora es negociable.
Y en medio de tanta confusión, hay algo que sigue teniendo un peso silencioso: los principios.
Ser un hombre con principios no es fácil hoy
No porque no sea correcto.
Sino porque se ha vuelto raro.
Ser fiel a una idea.
Ser claro con tus límites.
Actuar con coherencia aunque nadie te premie por eso.
Hoy eso parece anticuado. Pero en realidad, es lo que más falta hace.
¿Qué principios sostienen a un hombre?
No necesitas una lista interminable. Solo unos cuantos que marquen el camino:
-
Honestidad, aunque duela
-
Lealtad, aunque nadie la valore
-
Responsabilidad, incluso cuando no te vigilan
-
Respeto por uno mismo y por los demás
-
Valentía para decir “no” cuando muchos callan
Con eso, basta para no perderte.
Cuando todo cambia, tú te mantienes
El hombre con principios no se mueve con el viento.
No cambia de opinión solo por encajar.
No traiciona sus valores para ser aceptado.
Puede adaptarse. Pero no se traiciona.
Y eso, aunque no lo digas, se nota.
¿Qué pasa cuando te mantienes firme?
Al principio, te ven raro.
Te dicen que estás exagerando. Que “ya nada es como antes”.
Pero con el tiempo, esa firmeza te da algo que muchos no tienen: paz.
Sabes quién eres. Sabes lo que permites. Sabes hasta dónde llegas.
Y eso te da una seguridad que ningún aplauso externo puede darte.
El precio de tener principios
No siempre es cómodo.
A veces pierdes gente. Oportunidades.
A veces quedas solo por no seguir la corriente.
Pero te quedas contigo.
Y eso vale más que cualquier aprobación pasajera.
El mundo necesita hombres que no se vendan
Hombres que no cambien su esencia por una mirada, un beneficio o una moda.
Que sepan quiénes son, incluso cuando otros no lo entienden.
Que puedan mirar atrás y sentirse orgullosos, no arrepentidos.
Porque cuando el mundo se desordena, alguien tiene que ser el punto firme.
Y ese alguien puede ser tú.