Carta para ti, que te estás apagando sin notarlo
Sé que a veces no te das cuenta.
Porque la costumbre se disfraza de normalidad.
Pero te lo digo claro:
No está bien que hables y nunca te escuchen.
No está bien que cada vez que compartes algo, el tema gire, inevitablemente, hacia ella.
No es normal que te sientas invisible cuando tú también tienes cosas que contar.
Y tú lo intentas.
Lo sé.
Intentas hablar, abrirte, compartir tu día, tus ideas, tus emociones.
Pero entonces ella interrumpe con su versión.
Con su historia.
Con su opinión.
Y tú, por evitar conflicto, por no parecer exagerado, por no armar drama… te callas.
Pero ese silencio no es paz. Es renuncia.
Y aunque al principio parece pequeño, con el tiempo pesa.
Porque te tragas palabras.
Porque dejas de contar.
Porque aprendes a decir “todo bien” aunque no lo esté.
Y al final, terminas compartiendo tiempo, pero no vida.
Tú también mereces ser escuchado
No solo como un espectador de lo que ella quiere decir.
Sino como alguien con voz, emociones, valor propio.
Tú también tienes cosas que te duelen.
Sueños que te emocionan.
Dudas que necesitas hablar.
Y si nunca hay espacio para eso, entonces ¿dónde estás tú?
No es egoísmo querer un diálogo que sea mutuo
No estás pidiendo protagonismo.
Solo respeto.
Solo reciprocidad.
Y si cada conversación es un monólogo disfrazado de compañía, entonces no estás en un vínculo… estás en un reflejo constante de lo que ella necesita reafirmar.
Tal vez sea hora de hacerte esta pregunta: ¿cuándo fue la última vez que te sentiste realmente escuchado?
Si no puedes recordarlo, quizá esta carta sea el primer paso.
No para culpar.
No para discutir.
Sino para reconocer lo que ya no puedes seguir ignorando.
Recupérate. Reencuéntrate. Retoma tu lugar.
Porque nadie debería vivir callando lo que también merece ser dicho.
Y tú, aunque lo hayas olvidado un poco, también mereces ser parte de la historia que estás contando.