Evolucionar no es cómodo.
Es perder versiones de ti que ya no encajan con lo que estás destinado a ser.
Y eso, por más necesario que sea, siempre duele.
El crecimiento real no ocurre cuando todo fluye, sino cuando algo dentro de ti se rompe.
La fricción aparece cada vez que te resistes a soltar lo conocido.
Y ahí comienza el proceso de transformación.
Porque no puedes avanzar si te aferras a lo que ya cumplió su ciclo.
Y soltar implica conflicto.
Interno.
Silencioso.
Intenso.
El dolor no interrumpe tu evolución, la activa.
A veces es lo único que logra sacarte del lugar donde te estancaste sin darte cuenta.
No siempre se siente como progreso.
De hecho, al principio se siente como retroceso, como caos, como pérdida de control.
Pero en el fondo, ese desorden es parte del reordenamiento.
Del reajuste interno que necesita tu historia para poder continuar.
La fricción afina, pule, redirige.
Y aunque molesta, también te alinea con lo que verdaderamente eres.
Pregúntate qué parte de ti se está resistiendo a crecer.
¿Tu orgullo?
¿Tu miedo?
¿Tu necesidad de aprobación?
A veces el dolor viene a mostrarte eso: lo que ya no puede seguir contigo.
Y si lo entiendes, en lugar de huir, puedes usarlo para transformarte.
Todo lo que duele tiene algo que enseñarte, si eliges escucharlo.
Y muchas veces, es en esa fricción donde se descubre tu verdadero poder.
La evolución no tiene forma bonita.
Tiene forma de noche sin respuestas.
De decisiones difíciles.
De cambios que nadie más entiende.
Pero al otro lado del dolor, suele haber claridad.
Y una fuerza que no sabías que tenías.
Así que no temas a la fricción.
Porque si estás sintiendo presión, tal vez no te estás rompiendo…
Tal vez te estás formando.