No estás obligado a disfrazar lo que sientes.
Tu verdad no necesita envoltura bonita para ser válida.
Hay personas que solo aceptan lo que no los confronta.
Y cuando llegas tú, con palabras claras, te conviertes en una amenaza.
Pero no eres el problema.
El problema es la fragilidad emocional de quien no sabe lidiar con la realidad sin filtros.
No todo tiene que sonar bonito para tener valor.
Hay verdades que duelen, sí, pero también limpian, despiertan, ordenan.
Suavizar lo que sabes solo para mantener la armonía, es un camino directo al autoabandono.
Y al final, ni estás en paz contigo, ni realmente conectas con el otro.
Quien te obliga a callar lo que piensas para no sentirse mal, no quiere una relación.
Quiere un reflejo cómodo que no lo rete.
Tu verdad no es una carga.
Es una brújula.
Y si otro no sabe qué hacer con ella, no es tu responsabilidad entrenarlo.
Hay formas de decir las cosas con respeto.
Pero eso no significa maquillar lo que necesitas expresar.
Callar por miedo a incomodar no es humildad, es represión.
Y lo que se reprime, con el tiempo, se convierte en resentimiento.
Tu verdad no necesita aprobación para existir.
Solo necesita un canal sincero y un espacio donde no tengas que fragmentarte.
Quien no puede recibir lo que dices con madurez, aún tiene trabajo interior pendiente.
Y tú no viniste a ser maestro emocional de nadie.
Di tu verdad sin violencia, pero también sin miedo.
El que se quede sabrá quién eres.
El que se vaya también.
No te ajustes más a quienes solo saben convivir con lo cómodo.
Tu verdad puede dolerles.
Pero si está bien dicha, también puede liberarlos.
Y eso, aunque no lo digan, lo van a recordar.