Sentir a fondo no es un defecto.
Es una forma honesta de estar en el mundo.
Pero cuando tu intensidad entra en espacios vacĂos, molesta.
Porque desarma.
Porque exige presencia.
Porque muestra lo que otros prefieren evitar.
No todos estĂĄn preparados para sostener una conversaciĂłn real.
Muchos solo quieren distracciĂłn, ligereza, compañĂa sin compromiso emocional.
Y cuando llegas tĂș, con mirada directa y corazĂłn sin filtros, les resulta demasiado.
No porque seas invasivo, sino porque no estĂĄn listos para dejar de actuar.
Tu intensidad pide profundidad, y eso asusta a quienes solo saben nadar en lo superficial.
No estĂĄs mal tĂș.
EstĂĄn mal acostumbrados ellos.
En un mundo que glorifica lo inmediato, lo intenso parece incĂłmodo.
Pero también es lo que transforma, lo que toca, lo que permanece.
No tienes que reducir tu forma de sentir para no âincomodarâ.
Tampoco tienes que fingir indiferencia para ser mĂĄs aceptable.
Quien de verdad te quiere, no huye de tu intensidad.
La honra.
La valora.
Se queda.
Tu presencia no es el problema.
El problema es que muchos prefieren vĂnculos fĂĄciles antes que verdaderos.
No se trata de ser perfecto, se trata de ser auténtico.
Y si eso espanta, es señal de que tu energĂa no era para ese lugar.
La superficialidad no puede sostener lo profundo.
Y tĂș estĂĄs hecho de capas que solo los valientes sabrĂĄn explorar.
No cambies.
No suavices lo que te hace diferente.
La intensidad no asusta a todos.
Solo a los que no saben qué hacer con alguien que ya no quiere fingir.